HERMANAS






El polvo feudal tembló  más allá  del abanico de mi infancia.
Aquel libro que leí durante noches interminables de caballeros y cruzadas, fue el guardián de mis sueños. Nocturnos y diurnos.
Vivía en el subsuelo del castillo frio y mudo de afectos. Mi camastro de paja me acunaba cuando los parpados me pedían que mirara para adentro.
Y así lo hacía. Durante años de batallas entre lanzas y sudores, abría y cerraba los ojos, conforme las guerras pasaban, dejando un gusto amargo de la hiel en mi boca.
Lustraba con mis codos, los copones señoriales, mientras las mandrágoras crecían pavorosas, entre las grietas del suelo.
Mi corazón entraba en carrera, cuando los escuchaba acercarse. Trataba de contener la respiración, para que pensaran que seguía dormida.
Pasé tardes acurrucada, abrazada a los pesados cucharones, entre el carbón y las lauchas que comían mi falda.
No supe sobre mi existencia. Solo cuando comencé a reconocer los rostros, allí estaban. Eran los tutores que me habían rescatado de una orfandad no pedida.
Espere, aburrida, que algún caballero andante de otras tierras, viniera a mi rescate. Pasaban los años y las suciedades, y aquella fantasía que en tiempos primeros, me danzaba en el alma, pasó a ser letargo en el reloj de arena, casi vacío.
La fortaleza quedo sin los señores, aquel jueves lluvioso donde me anime a asomar la cabeza.
Y me escape. Corrí entre el asfalto y las veredas acordonadas, sin mirar hacia atrás.
Desconocía el agua al caer sobre mi cuerpo. Con mis catorce años sabia, que no podía volver.
Mis ojos buscaban en forma desesperada, algún rostro conocido, que no existía.
Los carteles luminosos, se borraban con el aguacero. Los adoquines se resbalaban en mis pies descalzos.
¿Dónde estará el caballero andante que me suba a su corcel y me lleve al bosque encantado?
En el hospital, me cobijaron con una manta de lana caliente.
Y conté sobre los señores feudales, el sótano húmedo, las mandrágoras asesinas.
El polvo feudal tembló más allá del abanico de mi infancia.
Solo quería dormirme con el libro.

Emilse Adriana Caggiano
6 de julio de 2018

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